sábado, 22 de enero de 2011

Eduardo Brito: El mejor y mas famoso barítono Dominicano

En el manicomio, a las cinco de la mañana uno de los barrenderos gritó
“Se murió Brito, ya salimos de ese loco”



Su verdadero nombre era Eleuterio Aragonez, nació en Puerto Plata, en 1906. Oficialmente se conoce su fecha de nacimiento como el 22 de enero, aunque existen dudas sobre la exactitud del dato.
Brito tuvo una niñez pobre. Trabajó como limpiabotas, dulcero, aprendiz de boxeador, etc. Pero a medida que su voz se revelaba extraordinaria, su vida fue tomando otros rumbos.

Su mundo limitado de serenatas y canciones entre amigos, se ensanchó rápidamente desde que en 1926 se puso bajo la protección artística del maestro Julio Alberto Hernández.
En 1927, en un banquete ofrecido al doctor José Dolores Alfonseca y el licenciado Abigail Montás, se dio a conocer a la prensa capitaleña. Participó con un programa a base de canciones y trozos de operetas. La reseña del “Listín Diario” dice: “Ignorábamos que existiese en Santo Domingo un cantante de sus condiciones. Y lo más extraordinario del caso es que no posee ninguna cultural musical. En él, todo es instintivo, espontáneo, innato. Ha sido una verdadera revelación.”

Para entonces Brito había cantado desde Santiago y en casi todo El Cibao, San Pedro de Macorís y la capital. Y se pedía una beca, que nunca se consiguió, para que “el joven barítono” pudiese ir a Italia a estudiar. En 1928 conoció a la vedette Rosa Elena Bobadilla, que habría de convertirse en su esposa y compañera inseparable. La boda se celebró el 3 de noviembre de ese año y a los pocos días ambos se presentaron en Haití con un cuadro artístico al que denominaron “Los Internacionales”. Este grupo, integrado por seis personas, se disgregó en Curazao, segunda etapa de la gira artística internacional iniciada en Haití. Eduardo y Rosa Elena Brito quedaron solos y se unieron a la compañía cubana de Margot Rodríguez, con la que se presentaron en Puerto Rico. Luego regresaron a Santo Domingo.
En 1929, el “Grupo Dominicano”, en el que figuraban, además de Brito, Bienvenido Troncoso, Chita Jimenez y Enrique García, viajó a Nueva York para grabar unos discos que a partir de 1930 tuvieron mucho éxito. Cuando los demás integrantes del grupo regresaron a Santo Domingo, Brito se quedó en Nueva York y siguió grabando para RCA Victor con la orquesta de Vigil y Robles.
Actuó en el salón imperial del Wardof Astoria y trabajó en compañía de su esposa en los circuitos del teatro RKO y Lowe State. Además, los esposos Brito fueron atracción en “El Chico”, junto a los bailarines Antonio y Catalina Cansino, padres de la que sería la gran estrella cinematográfica Rita Hayworth.
Dorothy Caruso, viuda del inmortal Enrico Caruso, en una entrevista privada tuvo la ocasión de oír cantar a Brito y quedó cautivada con la voz de éste. Brito estudió con el maestro Serafini, quien lo instó a que renunciara al canto popular y se consagrara al estudio de la técnica vocal, música, idiomas, etc. Pero Brito no podía entregarse al estudio debido a las obligaciones familiares que había contraído. Las dotes naturales de Brito le permitieron usar una extensa tesitura de barítono, que a veces alcanzaba la altura de tenor.
En 1932, Brito formó parte, como una de las figuras estelares, de una compañía creada por Eliseo Grenet para debutar en España. Junto al barítono dominicano, estaban también su esposa Rosa Elena, Mapy y Fernando Cortés y otras estrellas. En el Teatro Nuevo de Barcelona, Brito alcanzó ovaciones reservadas sólo a los grandes elegidos, al interpretar “La Virgen Morena”, de Riancho y Grenet. Éste fue sólo el inicio de una exitosa carrera artística en la Madre Patria. Luego el gran público en Madrid, Valencia, Zaragoza, Islas Canarias, etc., le premiaría con sus aplausos.
“La Virgen Morena – dice una crítica del Teatro Principal Palace – alcanzó un éxito rotundo. Eduardo Brito tuvo una noche feliz, desempeñando su papel de modo irreprochable, como actor y como cantante, viéndose obligado a repetir la romanza del primer acto, y otros números del segundo acto, entre atronadores aplausos.”
Igual que con “La Virgen Morena”, Brito alcanzó grandes éxitos en España con “Katiuska”, “Luisa Fernanda”, “La del Soto del Parral”, “El Cantar del Arriero”, “La del Manojo de Rosas”, “El Asombro de Damasco”, y sobre todo con “Los Gavilanes”.
Eduardo Brito se vio perseguido por las guerras: primero fue la guerra civil española y luego la Segunda Guerra Mundial. Junto a su esposa y su cuñada Kuki Bobadilla, se embarcó en Amberes rumbo a la patria. Llegaron al país el 23 de julio de 1937.

El próximo viaje sería a Puerto Rico, la plaza donde más cariño se le demostró siempre. De allí pasaron a Nueva York, donde se presentaron en el Roxy, Radio City y otros establecimientos.
De Nueva York pasó a Cuba, donde cantó en la CMQ y en el Teatro Nacional. Su interpretación de “Marina”, junto al tenor español Hipólito Lázaro, fue muy celebrada en La Habana.
De vuelta en Santo Domingo inició una gira suspiciada por el empresario dominicano Mario Ginebra. En Venezuela y Colombia realizó una temporada de zarzuelas con el maestro Carretero (“Los Gavilanes”, “Luisa Fernanda”, etc.). En la misma compañía figuraba el joven barítono Carlos Ramírez, quien quedó notablemente impresionado por la voz del dominicano.

Tras una brillante presentación en Panamá, vino a Santo Domingo para bautizar su primer hijo.
Se dirigió más tarde a Puerto Rico y con su esposa y sus dos niños volvió a Nueva York. En la clínica Mayo le fué diagnosticada Sífilis avansada lo que le trajo  como consecuencia la fatídica enfermedad mental que acabaría con la fulgurante carrera de Brito, quien se reintegró a la patria, pero ya no era el mismo hombre.
Todavía se presentó en varios teatros y en “La Voz del Yuma”, pero ya no podía cumplir con sus contratos: su voz se extinguía y hablaba sin coordinación. Terminó sus días en el manicomio. Julio González Herrera, en su libro “Cosas de Locos”, describe así las últimas horas de Brito: “A las dos de la mañana, alguien oyó el susurro turbio y melancólico de una voz que parecía salir de una caverna.”

Eduardo Brito sufría una sífilis cerebral y este padecimiento le producía delirios y otros trastornos nerviosos. Por esta causa recibió, entre 1942 y 43, numerosas inyecciones de bismuto. Es una etapa muy penosa de su existencia que solo terminaría con su muerte.
El doctor Apolinar De los Santos (Polín), uno de los psiquiatras que le conocieron en el Manicomio de Nigua, narró cómo se reunían los pacientes para escucharl a Eduardo cuando en sus delirios comenzaba a cantar durante horas. También señala el hecho de sus interpretaciones del Ave María de Franz Schubert, mientras se bañaba en las aguas del mar Caribe en la zona de Nigua donde se encontraba el psiquiátrico.
¡Virgen de la Altagracia! Y a continuación, una serie de palabras disparatadas dichas en un inconsciente balbuceo.
A las cinco de la mañana, uno de los barrenderos gritó de voz en cuello: “Se murió Brito, ya salimos de ese “loco”.”

Era la madrugada del 5 de enero de 1946. Fue un día lluvioso; en la noche, Tan sólo 32 personas presenciarion su entierro.